miércoles, 27 de mayo de 2020

Sofistas de la Posmodernidad...



“En ese universo griego en el que la filosofía emergió por primera vez como un saber sistemático, Sócrates y los sofistas mantenían concepciones muy diferentes acerca de lo que eran el ser, la verdad o la justicia”.

“Los sofistas se dedicaban profesionalmente a la instrucción de jóvenes a cambio de unos honorarios; jóvenes, por lo general, de buena familia, que querían entrar en la política. No pretendían enseñar la verdad -pues no creían en ella- sino el arte de la persuasión, el arte de la apariencia que confería autoridad y resultaba útil para acceder al poder en una sociedad democrática como la ateniense del siglo V a. C. donde importaba más convencer que decir la verdad. Se vanagloriaban de ser capaces de hacer «fuerte el argumento más débil», de ser lo suficientemente hábiles retóricamente como para hacer aparecer cualquier mentira como verdad”.

“Contrariamente a los discursos ampulosos de los sofistas, Sócrates iba por la ciudad y preguntaba a alguien qué era la virtud, por ejemplo. El dialogante respondía, pongamos por caso, que no cabe hablar de la virtud sino de diferentes tipos de virtud. Sócrates replicaba que esos diferentes tipos han de tener algo en común, siendo eso precisamente lo que llamamos «virtud». El interlocutor, viéndose obligado a admitir esto, se enfrentaría de nuevo a la pregunta de qué es la virtud. Y así, a través de continuas preguntas y respuestas, Sócrates llevaría a su interlocutor a que se contradijese y abandonase su convicción primera acerca de la virtud; y finalmente, a que se diese cuenta de su propia ignorancia”.

“Sócrates llamó a este tipo de diálogo «mayéutica», palabra griega que significa «arte de parir»; en este contexto se sobrentiende que lo que se pare son ideas. La mayéutica consiste en una búsqueda conjunta de la verdad, en conformidad con la famosa frase de Sócrates: «Sólo sé que no sé nada«. Con la mayéutica, Sócrates también pretendía rebatir la filosofía de los sofistas, pues solía poner en boca de sus interlocutores las teorías de estos filósofos”.

“En el año 399 a.C., unos ciudadanos acusaron a Sócrates de corromper a la juventud y de impiedad. El juicio se celebró y Sócrates fue condenado a muerte. Un discípulo suyo sobornó a un carcelero para conseguir que dejase escapar al filósofo, pero Sócrates se negó a huir de la cárcel y bebió la cicuta, acatando así la condena que le había impuesto la ciudad. Platón relató estos últimos momentos de su maestro en la Apología de Sócrates. Para Platón, el hecho de que el hombre más sabio y virtuoso de todos fuera condenado a muerte era la prueba manifiesta de la perversidad de la democracia”.

“Recordando estas cosas hoy, 2.500 años después, sentimos que nos resultan sorprendentemente familiares. Podría decirse que entre aquel mundo clásico y el nuestro, no ha habido apenas grandes mutaciones”.

“Volvamos de nuevo a la Grecia del siglo V a. C. Sócrates frente a los sofistas. La búsqueda de la verdad frente a la desvalorización de la misma”.

“Los sofistas hicieron hincapié en la importancia de la retórica y el manejo de los afectos en la configuración de la opinión pública. La retórica es necesaria para enseñar a la gente el arte de argumentar, que en una sociedad democrática es una habilidad indispensable, pues es el instrumento principal por el cual se otorga legitimidad al poder. Sin embargo, el peligro que entraña la retórica es que, si es mal empleada, puede servir, no para convencer al pueblo de lo que es bueno para todos, sino más bien al contrario, para que algunos individuos no especialmente virtuosos convenzan a los demás ciudadanos para hacerse con el poder y aprovecharlo exclusivamente en pos de sus propios intereses. De ahí que sea tan importante educar también a la ciudadanía en los entresijos de la participación política, y no sólo a quienes desean dedicarse profesionalmente a la actividad política, pues un pueblo sin formación política adecuada no puede ejercer correctamente las funciones que le son propias, es decir, la participación activa en la definición común de lo que es socialmente justo”.
“Por otra parte, no es posible ni deseable entronizar la retórica al precio de desterrar a la verdad del discurso público, pues al hacer tal cosa se pone en riesgo, no solo a la racionalidad científica, sino a la justicia y a la democracia misma. En efecto, si decaen tanto el control objetivo como la crítica intersubjetiva, las propuestas que a partir de ese momento aspiren a convertirse en hegemónicas en el foro de las opiniones, sólo podrán obtener su validez del prestigio o carisma de quien las defiende, y no de su contenido. Si lo que importa no es lo que se dice, sino quien lo dice, abrimos la veda para que el espacio público se convierta en rehén de todo tipo de maestros del embuste especializados en pastorear rebaños de ciudadanos: periodistas falsarios, políticos cínicos, empresarios sin escrúpulos… Y en tal caso se puede certificar sin lugar a dudas la muerte de la democracia. O lo que es lo mismo: su degeneración en demagogia, según la describió Aristóteles”.

“La verdad necesita de la pasión, ha de ser transformada ella misma en afecto para generar convicción y surtir efecto sobre nosotros. Pero, sea como sea, las emociones nunca podrán sustituir a las razones, pues solamente a través de las razones podemos alcanzar conocimientos ciertos que nos permitan entender adecuadamente la realidad y comunicarnos con nuestros semejantes. Sin la apelación a estándares universales de racionalidad, el demos queda a merced de la pura arbitrariedad y sometido a fuerzas irracionales que pueden desembocar en cualquier forma de tiranía”.
“Se dice últimamente -cada vez más- que vivimos en los tiempos de la «posverdad». El Diccionario Oxford designó la palabra «posverdad» como la palabra del año 2016. Dicho término denota «circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal». En 2004, el sociólogo Ralph Keyes usó el neologismo para titular su libro Post Truth y, más tarde, Eric Alterman y David Roberts lo aplicaron en un sentido político, para referirse a la utilización de la falsedad y la manipulación como estrategias discursivas con el claro objetivo de alcanzar el poder político a través de la persuasión de las masas”.

“La noción de «posverdad» va ligada a la de «hechos alternativos», que se contrapone a la de «hechos objetivos». Nada tiene de extraño que en nuestra época los hechos objetivos hayan llegado a ser menos importantes que las creencias o las emociones dado el desprestigio generalizado que sufre la razón, sitiada desde tantos lugares por parte del discurso post moderno. Resulta evidente que quien cuestiona los hechos objetivos utiliza un recurso tramposo para blindarse contra la refutación porque no tiene interés alguno en apoyar sus posiciones en argumentos, sino en causar en el interlocutor un determinado impacto a través del adecuado manejo de sus más recónditos resortes sentimentales. Esta es hoy una estrategia habitual y plenamente consolidada en el mundo de la política, como bien saben todos los demagogos y lobos disfrazados con piel de cordero que, con su animada palabrería, sus estudiados gestos y su maquinaria propagandística, pretenden embelesar a las audiencias”.
“No está claro que eso que hoy se llama posverdad sea algo muy distinto de un eufemismo para referirse a lo que siempre ha sido la mentira disfrazada de verdad. El asunto, en efecto, es muy viejo, tan viejo, acaso, como la propia historia de nuestra civilización occidental, si nos remontamos hasta los tiempos en que la democracia comenzó a dar sus primeros pasos, y junto con ella, el logos que permitió abrir en el mundo una brecha de sentido y significado”.

“En ese universo griego en el que la filosofía emergió por primera vez como un saber sistemático, Sócrates y los sofistas mantenían concepciones muy diferentes acerca de lo que eran el ser, la verdad o la justicia”.

¿Seremos capaces de salvar la razón? ¿O seremos cómplices de nuevo de la muerte de Sócrates?
Está por ver qué nos depara este tiempo de desconcierto que nos ha tocado vivir.



Adrés Huergo Porta, Licenciado en Filosofía
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Y yo agrego, ¿no son los posmodernos los nuevos sofistas del Siglo XXI? Y, ¿no es la posverdad la reimplantación de los viejos sofismas en plena "Era de la Desinformación"?



Fuente:
HUERGO P., Andrés (2/01/2018) “Redes sociales, opinión pública, verdad y democracia”, Portal Rebelión. Recuperado de https://rebelion.org/redes-sociales-opinion-publica-verdad-y-democracia/

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