sábado, 17 de septiembre de 2022

Bajo la mirada del rostro sonriente...

Un recorrido por los pasillos de la historia en la Casa Nacional de la Moneda, Potosí


Vista principal al ingreso de la Casa de la Moneda

Mi breve estadía en la ciudad de Potosí, comenzó como un punto de parada necesario e inevitable, para esta Kronida que guarda en su memoria y corazón un especial afecto por la otrora llamada “Villa Imperial de Potosí”. Su historia, su magia, sus calles, su estilo colonial que aún en pleno siglo XXI no se ha perdido, además de una particular e inexplicable fijación mía con el lugar, hicieron que darme una escapada en medio camino hacia otro sitio (cosas de la carrera), fuese algo imperativo. No podía pasar de largo, no estando tan cerca después de tantos años (conocí esta hermosa ciudad en 2011 y ¡me cautivó completamente!). Y esta vez no podía pasar sin saludar a aquel enigmático rostro sonriente que da una inquietante bienvenida al curioso visitante desde su principal museo, la Casa Nacional de la Moneda.

Era un 24 de Septiembre de 2019, la única tarde que iba a poder permanecer en la hermosa ciudad de Potosí debido a un compromiso que asumí en un congreso internacional a llevarse a cabo al día siguiente en la ciudad de Sucre, Chuquisaca.  Apenas al amanecer debía marcharme.

Preparé todo, incluyendo la memoria del celular y una pequeña libreta de apuntes si acaso fuese necesario, y me dirigí emocionada hacia aquel caserón colonial.  Lo primero que cualquier visitante puede apreciar, aún antes de entrar, son los dos balcones flanqueando ambos lados del ornamentado y vetusto portón que, abierto de par en par, nos condujo por un pasillo surcado por 4 arcos en el techo que se abrían hacia el patio principal.  Allí, nos daba la bienvenida la fuente de agua y, por encima, la siempre enigmática mirada de aquel rostro sonriente. El clásico mascarón.
 
Arr. Izq. Portón principal. Arr. Der. Mascarón del patio principal 
 Fuente: Página web Casa Nacional de la Moneda.
Abajo. Panorámica del patio principal. Fuente: Wiki commons

Empieza el recorrido

Esperamos en este primer patio por un momento hasta que ingresaran todas personas que harían también el recorrido. Nos dividieron en grupos pequeños, y cada grupo comenzaría el recorrido con unos minutos de diferencia con su guía respectivo.  Mientras esperábamos, pude advertir que el patio principal estaba completamente rodeado de arcos, algunos desembocaban en salones y otros daban a dos pequeños patios contiguos, y sus muros, construidos con base en piedras y losetas daban cuenta de lo vetusto del edificio. En lo alto, los balcones de la planta alta rodeaban este primer patio.

Llegada la hora del recorrido, el guía nos invitó a pasar por el arco que teníamos enfrente, justo por debajo del mascarón, cuyo significado mantendría todavía en suspenso hasta el final del recorrido. Subimos entonces hacia la planta superior por las gradas que se encontraban a los lados de aquel arco para desembocar en la parte alta del segundo de los cinco patios.

Panorámica del patio secundario. Fuente: Wiki commons

El salón de las pinturas

Al entrar al primer salón, nos rodeaban varios cuados de marcos sumamente ornamentados. En primera instancia nos dirigimos hacia la pintura más icónica allí expuesta, “La Virgen Cerro”, que se nos presentaba a la vista justamente con esa forma tan típica del cerro rico de Potosí.   Esta pintura del siglo XVIII, de autor anónimo, según se nos explicó, representaría el sincretismo entre las creencias traídas por los españoles y la riqueza del nuevo mundo, puesto que allí, junto a la Santísima Trinidad propia de la religión católica, se encuentran también representados el Sol, la Luna y la Pachamama de la tradición indígena, e inclusive, a decir del guía, Huayna Capac y Diego Huallpa, con su fogata encendida.

La siguiente sala a visitar estaba conformada por las pinturas de la llamada escuela Potosina, aquella fundada por Melchor Pérez de Holguín, escuela que recibió gran influencia del arte español de la época.

Cuadro de la Virgen Cerro. Autor Anónimo. Siglo XVIII
Fotografía: Blog "Vamos de viaje" (Wordpress)

Las primeras monedas

Llegaba la hora de ingresar al fascinante salón de numismática, aquel que albergaba la historia de acuñación de las primeras monedas y que antaño fungió como sede de aquel oficio.    Esta era una sala mucho más rústica, con iluminación algo tenue, no estaba pintada y sus paredes de piedra me hicieron sentir (quizá no con demasiado rigor histórico) como si estuviese en alguno de aquellos calabozos medievales, lo que a su vez me trajo a la mente la interrogante sobre cómo sería la sensación al visitar túmulos y cuevas de tiempos aún más remotos, ¿cómo podría ser aquella experiencia, me pregunté, si con este edificio colonial podía sentirme ya tan conmovida?  Era como si la historia lo viviese a uno, y no tanto al revés, no se me ocurre ahora mismo otra forma de acercarme a describirlo. Sí, la sensación de estar en un edificio tan viejo, con tanta historia, en ese instante me sobrecogió.

¡Ay, Potosí, siempre maravillándome aun más!; no sé qué tiene esta hermosa ciudad que particularmente me cautiva a un nivel que simplemente no puedo explicar…

Volviendo a aquel salón, se presentaba, como gran parte de los anteriormente visitados, con aquellos típicos portones vetustos y pasajes en forma de arcos. Una vez ingresaron todos, se nos explicó que las monedas más antiguas no habían sido acuñadas allí, sino en otro edificio que había sido, en realidad, la primera Casa de la Moneda; mientras la que pisábamos en ese momento había sido la segunda y definitiva.

Parte de las monedas que estábamos por apreciar, elaboradas a plan de martillo y fuerza, habían sido acuñadas en aquel primer edificio que no contaba con la tecnología de este nuevo. En la primera Casa de la Moneda, las llamadas macuquinas (del quechua makayquna, que significa hecho a golpes) eran monedas que se fabricaban a mano, por lo que presentaban formas irregulares y su peso podía variar al proceder de una elaboración tan artesanal, algo que en aquel entonces representaba un problema para la corona española. Posteriormente, el oficio se trasladó a la actual Casa de la Moneda de forma definitiva, con tecnología de punta para la época e implementando maquinaria especializada y troqueles para estandarizar el peso y forma de las monedas.

Arriba. Macuquinas, siglo XVI.  Fotografía: oroinformación.com
Abajo. Macuquinas (8 Reales), siglo XVII.  Fotografía: fuenterebollo.com


 
Macuquinas recuperadas en 2017, siglo XVIII. Fotografía: Cancillería Bolivia
 
Se nos explicó asimismo que las monedas allí expuestas correspondían a dos periodos: desde el nacimiento de este nuevo edificio (1575), cuando los sellos de las monedas hacían referencia a la corona española y con circulación masiva a nivel mundial; hasta el inicio de la República (1825), año en el que empezaron a ser elaboradas con motivos republicanos, para circulación interna.

La Casa de la Moneda funcionó como centro de acuñación de monedas para el mercado interno hasta el año 1951, y desde entonces hasta a fecha, pasaron a ser elaboradas en el exterior.

La acuñación de nuevos tiempos desde la Villa Imperial

Llegó entonces el momento de algo que captó especialmente mi atención, el momento en que se nos mostró las monedas selladas con las llamadas columnas de Hércules, símbolo de la corona española.

Allá por el siglo XV en el Viejo Continente se creía que el mundo acababa en el estrecho de Gibraltar y, contaban las leyendas, quien pasara de aquel punto podía encontrarse con monstruos colosales y criaturas con las que era mejor no cruzar camino. Se instauró entonces el “Non plus ultra”, traducido como “no pasar más allá”.  Sin embargo, con la llegada al Nuevo Mundo, aquellas columnas empezaron a reflejar otro lema, esta vez era: “Plus ultra”, es decir, “más allá”, porque la promesa de nuevas riquezas y tierras a conquistar se había encontrado precisamente al ir más allá de lo establecido, es decir, más allá de ese temor.

Además, las monedas contenía la inscripción “Utra que unum”, o “ambos son uno”, posiblemente en referencia a que las nuevas tierras y España, se convirtieron para la corona, en uno solo y un mismo reino.

Monedas, siglo XVIII, donde se observa claramente la inscripción "Utra que unum"

Otro detalle importante en estas monedas era el clásico símbolo que en breve habrían de explicarnos, aquel que más tarde daría origen al símbolo del dólar.  El guía tomó de su bolsillo hojas transparentes, como de acetato, que contenían cada una, una letra impresa. Se trataba de las letras “P”, “T” y “S”, consonantes de la palabra Potosí, que comenzó a superponer hasta conseguir una forma primitiva de aquel símbolo, el mismo que estaba ya acuñado en las monedas de la época a manera de identificativo del lugar de acuñación.

Más tarde letra “S” más las dos verticales de la letra “P” y “T”, se separarían levemente y, según nos explicó, darían origen del símbolo del dólar, es decir: "$".  Otras fuentes, sin embargo, indican que las dos columnas harían más bien referencia a las dos columnas de Hércules ya mencionadas. En cualquier caso, aquel suelo que pisábamos había sido parte importante del capitalismo y su globalización a nivel mundial.  Tengo sentimientos encontrados con respecto a eso...

En fin, ¡casi sentí que toda esa información estaba a punto de hacerme explotar la cabeza!   Quiero decir, personalmente, conocía de la importancia del Cerro Rico de Potosí durante la conquista pero, aún a mi edad, nunca había imaginado algo de tal envergadura: es decir, que esa revolución mundial que había constituido el capitalismo, más allá de haberse expandido aún más a partir de la circulación, a escala mundial, de las monedas y riqueza del Nuevo Mundo; la influencia de esta ciudad en particular pudo incluso haber ido mucho más allá, es decir, haber calado también a nivel simbólico. Además, se constiruyó en uno de los centros neurálgicos de la economía a nivel global pues, en aquel entonces, Potosí era muy probablemente la tercera ciudad más poblada del mundo, solo detrás de París y Estambul.

Pero los detalles que comenzaron a impactarme fuertemente no quedaron ahí. De manera muy somera, el guía comenzó a hablarnos acerca de unas misteriosas monedas, las macuquinas en forma de corazón, acuñadas únicamente en Potosí. Eran piezas hermosas, exclusivas, muy escasas y únicas en el mundo, cuyo significado es aún hoy motivo de polémica entre los expertos. Algunos de ellos señalan su origen en la devoción que los entonces administradores de la Casa de la Moneda profesaban a San Agustín de Hipona, el santo a quien la Iglesia Católica representaba con un corazón ardiente en la mano. Otra explicación alude a un diseño inspirado en el Sagrado Corazón de Jesús, debido a la devoción que le profesaba Felipe V, Rey de España en aquellos días.


Arriba. Símbolo que hacía referencia a Potosí como lugar de acuñación de esas monedas y que posiblemente más adelante daría origen al símbolo del dólar. Fuente: Página, Museo Casa de la Moneda
Abajo. Macuquina potosina en forma de corazón. Fuente: Diario El Potosí

No pudimos ver físicamente ninguna en el museo pues, en la actualidad, no se cuenta ni siquiera con una sola de estas monedas en todo el continente americano; todas ellas pertenecen a colecciones privadas de Europa o permanecen resguardadas en sus museos.

Quedé realmente impresionada con este salón, y mientras más y más conocíamos de la Casa de la Moneda, más me iba maravillando e iba apoderándose de mí ese sentimiento tan único e inexplicable que siento cada vez que piso este suelo, quiero decir, el de esa ciudad.

Los engranajes de esta historia…

Posteriormente, ingresamos al salón donde se encontraban las máquinas laminadoras, cuya función era precisamente la de posibilitar la obtención de láminas de plata y cobre, adelgazadas según el espesor estándar, para su posterior acuñación. Allí, la luz era aun mucho más tenue, estaba bastante oscuro y las piedras de los muros las percibí aún más grandes que las del anterior salón; entonces, la sensación de estar en un calabozo antiguo se hizo aún más fuerte y me sobrecogió aún más. Los gruesos y oscuros portales, además, atizaron enormemente la inevitable, extraña y, para mí misma, inexplicable fascinación que me provocan los portones antiguos.

Allí, estando todavía en la planta alta y aún a través de la luz tenue, sobresalía una enorme máquina que llegaba hasta dicha planta desde el piso inferior. Era evidente la gran complejidad en su construcción; engranajes, mecanismos y, según nos explicó el guía, esta maquinaria contaba con aproximadamente cuatro toneladas de peso. El armatoste había sido traído directamente desde Sevilla, España, nos comentó, subrayando además que su madera ni siquiera se la podía encontrar en estas tierras. La otra parte de la compleja maquinaria, que se extendía hasta el piso inferior sería la siguiente parada.

Una vez allí, vimos la representación en tamaño real de mulas, que eran las responsables de hacer girar sus engranajes, a modo de molino, para ponerla en funcionamiento. También allí se encontraba representado el llamado “mulero”, quien las chicoteaba para que prosiguieran con su labor. Las mulas se turnaban el trabajo de cuatro en cuatro, cada dos horas aproximadamente. Posteriormente, eran llevadas hacia un recinto dentro del propio edificio, donde un encargado les proporcionaba los cuidados pertinentes. Al tiempo que las mulas activaban la maquinaria, cuatro personas por cada una de ellas se encargaban de recibir las láminas ya aplanadas y adelgazadas de acuerdo al estándar establecido.


El salón de las máquinas de laminado. Izq. Planta alta. Der. Planta Baja
Fotografías: Carmen Rivero

Finalmente, visitamos el salón del horno de fundición, donde algunas personas comentaron que muchos trabajadores terminaban intoxicados y enfermaban por los vapores que aspiraban al realizar tal oficio. Allí, a través de una fragua manual, se atizaba el fuego para fundir los metales y se elaboraban, además, los lingotes con la aleación de cobre y plata, para pasar luego a las máquinas laminadoras. Fue tan fuerte la impresión de este increíble recorrido que mis sentidos parecieron jugarme una mala pasaba, pues comencé a sentir un olor extraño, solo se me ocurre explicarlo como a ladrillos quemados, invadiendo el ambiente; sentí incluso un sabor metálico en la boca, casi como si experimentara, en carne propia, algo de lo que aquel salón albergó hasta hace un siglo atrás. ¿Habrá sido solo la sugestión? o ¿acaso alguien más lo pudo haber sentido? Así de real lo viví… (o fue).

El fin de un viaje a otros tiempos

Al salir de este recinto, el recorrido había concluido. Volvimos al patio principal, donde el posible origen del mascarón de la entrada, aquel rostro entre siniestro y burlesco, nos fue explicado. El mascarón databa de la segunda mitad del siglo XIX y, sin embargo, su origen y significado exacto, todavía en pleno siglo XXI, sigue generando polémica entre historiadores y expertos en patrimonio.

Una de las teorías, indica que el personaje hacía referencia al mítico dios romano Baco, dios del vino y la abundancia, esto, debido a la corona de uvas que lleva en la cabeza y la clara relación de aquel edificio y la riqueza. La otra hipótesis apunta a una representación del indígena Diego Huallpa, quien habría descubierto el Cerro Rico mientras exploraba el lugar, tratando de dar con el paradero de una llama que se le había escapado. El guía nos comentó, además, que se difundió entre la cultura popular la idea de que aquel mascarón poseía una doble expresión: la mitad izquierda siniestra y la otra amable; sin embargo, el significado o realidad de esta dualidad sería otro de los misterios que rodean al anfitrión del museo.

Así terminó este fascinante recorrido, mucho más asombroso de lo que imaginé. Fue, sin embargo, algo triste para mí que no se nos permitiera tomar fotografías sino solo en espacios exteriores. A pesar de ese pequeño óbice, esta experiencia me emocionó tanto que las fotografías las tomaron mis retinas para guardarlas entre los más vívidos recuerdos que aún conservo sobre aquella magnífica, hermosa y mágica ciudad que no deja de sorprenderme y sobrecogerme, y cuyas visitas guardaré siempre en mi memoria. 

 No sé por qué, Potosí, ¡me llamas!


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